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26.11.09

El amor y el matrimonio

Hace ya dos siglos que en México el matrimonio salió del ámbito teológico y pasó al ámbito civil. Así es como se crea tanto el registro civil como los panteones civiles, dejando atrás la imposición religiosa por parte del Estado. Es desde la perspectiva laica que el matrimonio se basa en la libre voluntad de quienes firman dicho contrato, y es cuando casarse—en el ámbito civil—es totalmente ajeno a la creencia de fe.


Uno de los recientes y grandes avances en la consolidación del matrimonio es no tener que escuchar la sexista y HORRENDA epístola de Melchor Ocampo, que decía cosas inauditas como “El hombre, cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección; tratándola siempre como la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando por la sociedad, se le ha confiado. La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y ternura, debe de dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe de dar a la persona que nos apoya y defiende y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo.”


El matrimonio es actualmente una celebración que se hace bajo la convicción del amor, la solidaridad, el respeto y la equidad, no bajo la idea de la sumisión y obediencia de la mujer, ni la edad máxima para casarse (con el riesgo de ser quedad@) y mucho menos bajo la obligación de procrear hij@s. Este compromiso es una de las señales más claras de la democratización de cada país, sobre todo de los que se rigen bajo los principios del Estado laico, en el cual se supone que nos encontramos nosotr@s l@s mexican@s. Sin embargo, me surgen muchas dudas al respecto recientemente.


Lo que sucede en el corazón y en la intimidad de las personas es un derecho que debemos salvaguardar: es nuestro derecho a la privacidad, a amar a quien nosotr@s elijamos y a poder construir una familia con esa persona amada. Así, si lo deseamos, podemos suscribir un contrato civil de matrimonio y en ningún caso el Estado puede o debe intervenir en esa elección.


El movimiento LGBTTTI ha dicho acertadamente que si en otros tiempos se prohibieron los matrimonios interreligiosos o interraciales—lo que representaba la intromisión injusta y arbitraria del Estado en las decisiones individuales—entonces debemos suponer que lo que es relevante para el derecho civil es la libre voluntad de los cónyuges. Bajo esa lógica, la diferencia de sexos debe ser irrelevante en el reconocimiento jurídico de los enlaces matrimoniales. Entendiendo que el matrimonio tiene como finalidad primordial la voluntad de los cónyuges de permanecer unidos, conviviendo, asistiéndose y apoyándose mutuamente, la potencial complementariedad biológica de los sexos no es determinante.


No puedo más que coincidir con ell@s y con el hecho de que restringir derechos a ciertas personas va en detrimento de la dignidad humana y la igualdad que la Constitución nos garantiza, pues tod@ somos iguales ante la ley. Sin embargo, en la realidad, hoy existen distinciones legales que nos colocan en desventaja.


La conformación de la familia en la historia tiene tantas variantes como maneras de convivencia social. Es por eso que es fundamental la promoción del respeto a la diversidad de familias, dado que en nuestro país convive un abanico muy amplio de configuraciones familiares que deben ser—todas y cada una—salvaguardadas por la ley. Entender a la familia como una unidad nuclear en donde existen exclusivamente mamá, papá e hijit@s, es no entender la realidad de nuestra sociedad. Estoy convencida que donde sea que haya amor hay una familia, ya sea entre familias nucleares, entre amig@s, entre abuel@s y nietos, ti@s y sobrin@s, padres y madres solter@s, padres y madres divorciados, hij@s adoptad@s y por supuesto parejas del mismo sexo y parejas trans. El movimiento tiene una bella manera de definirlo: la familia es un tiempo y un espacio dedicado a otros seres humanos que establecen con nosotros un vínculo afectivo, que comparten su experiencia y conocimientos; tiempo y espacio que son también el fundamento de nuestros sentimientos y pensamientos.


La comunidad LGBTTTI tiene derecho a formar una familia como tod@s las personas, y su capacidad como padres o madres no está determinada por su orientación sexual, sino, como cualquier padre, por el amor y dedicación que le den a sus hij@s.


Que exista el matrimonio y la adopción no implica que van a llegar filas de personas al registro civil a casarse, esa será una decisión personal e individual. Sin embargo, sí quiere decir que si lo desean, tienen garantizado el derecho, como cualquier otr@ ciudadan@. Es hacer que ese sueño sea posible, el sueño de ser en la ley y en los hechos tod@s iguales.


Saber reconocer nuestra pluralidad y nuestra maravillosa diversidad hará de nuestra sociedad un lugar más generoso, respetuoso y abierto. Darle a tod@s el mismo rostro ante la ley hará de nosotros un país de ciudadanos. Un país que pueda decir con orgullo que todos los derechos son para todas las personas.

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