Publicado en Crónica el viernes 20 de Febrero de 2009
Estamos en el inicio de una gran aventura. La aventura de convencer a todo nuestro país que sí hay una manera diferente de hacer las cosas, que sí hay una propuesta que puede ayudarnos a enfrentar desde otra perspectiva los problemas en los que siempre parecemos estar atrapados.
Tenemos que contagiarlas y contagiarlos, demostrarles que no todo está perdido. Este país merece tener opciones distintas a las tradicionales, nos merecemos tener un partido que represente sentimientos que pronto podrán ser mayoritarios. Un partido que no pierda su capacidad de asombro frente a la pobreza, la violencia o la discriminación. Que no se doblegue frente a la impunidad y la corrupción. Un partido que logre construir las libertades que son necesarias para que cada quien, a su manera, aspire a ser feliz.
Abracemos sin pudor la aventura de construir un partido político que pueda hablar de amor como del IETU, que pueda hablar de placeres y orgasmos con la misma vehemencia que sobre nuestra relación con América Latina, un partido que pueda hablar del dolor de perder un hijo como de la relevancia de invertir en infraestructura.
Un partido así, un proyecto audaz, temerario en su capacidad de acercarse a la gente y su vida, vale la pena que exista. Un partido que nos dé a las y los jóvenes un espacio para convivir, para existir, para debatir y para construir.
Este partido será verdaderamente útil si puede convertir este país en un país libre. Un país en el que ser mujer, ser homosexual, ser indígena, ser niño o ser discapacitado no sea relevante en la posibilidad de ser feliz.
Un país libre para amar, para soñar, para desear, para alcanzar la felicidad.
Ya lo dijo Segolène Royale, los cambios más revolucionarios y profundos emanan de la fuerza tranquila de las ideas.
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