
Para todas las princesas que luchan por su historia de amor
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A Buzztavo
Estoy convencida de que las maravillosas herramientas públicas que nos da la www, son para disfrutarse y aprovechar, pero yo cada día me siento más abrumada y angustiada por mantenerme al corriente con todas ellas.
Descubrí en tiempos de campaña las delicias de tuitear, y aunque nunca fui una tuitera destacada, si me dejé envolver en la seducción de su polaridad pública y privada. Sabiendo que Twitter no es propiamente un chat, sí es un instrumento que te da la sensación de estar más cerca que nunca de la gente con la que conectas para intercambiar ideas, para debatir, para provocar, para encontrarles y encontrase. Al trágico término de nuestro proyecto político, no me quedó más que recurrir a la depresión y la autoevaluación, reflejo de ese momento fue que abandoné por completo al Twitter y me refugié con solemne entrega en los brazos de Facebook.
He querido volver a tuitear, pero no lo logro, algo entre Twitter y yo se ha roto y no lo he podido recuperar, snif snif.
Anoche hablaba con amig@s sobre esto y recordábamos cosas de “antaño” como Altavista o ICQ y así terminamos hablando sobre Google Wave, por supuesto que ell@s me explicaban cómo utilizarlo, pero hoy por la mañana me tope al abrir mi correo con Buzz…otra cosa más que actualizar?! Apenas alcanzo por la mañana a ponerme al día con los periódicos, leer mis dos correos de gmail, el de yahoo, el de hotmail, revisar si hay nuevas entradas en mis blogs favoritos, checar en qué andan mis tuiter@s predilect@s y actualizarme en la vida de mis consentid@s en el FB y típico, abandonas cualquiera de estas actividades durante el día y ya no te enteraste de los más recientes e interesantes acontecimientos que sucedieron durante el día y alguien más termina contándotelo. La historia de mi vida, por más que trato no logro ser esa persona que le informa a tod@s l@s demás de la novedad, simplemente esa no suelo ser yo.
En fin, además de tratar inútilmente de mantenerme al día con las redes sociales, debo terminar de sacar la chamba del día, pagar algún servicio de mi hogar como la luz, el agua o el teléfono, tratar de poner comida en mi refrigerador, hacer tareas infantiles, lidiar con el tráfico y las manifestaciones, asistir a otras manifestaciones, llegar a tiempo a mis reuniones, comidas, cenas, terapia, hacer algo de ejercicio, separar la basura, recordar ser simpática y ocurrente para seguir ligándome al deste con el que vivo y no dejar de admirar los días claros para ver la luna y los volcanes.
Después de todo esto, he de confesar que hoy me he divertido mucho experimentando con el Buzz y como no tengo cierre, ni conclusión para este post, aquí lo voy a dejar… estoy en mi nueva etapa de vida: The Beta version of my life.
Hace ya dos siglos que en México el matrimonio salió del ámbito teológico y pasó al ámbito civil. Así es como se crea tanto el registro civil como los panteones civiles, dejando atrás la imposición religiosa por parte del Estado. Es desde la perspectiva laica que el matrimonio se basa en la libre voluntad de quienes firman dicho contrato, y es cuando casarse—en el ámbito civil—es totalmente ajeno a la creencia de fe.
Uno de los recientes y grandes avances en la consolidación del matrimonio es no tener que escuchar la sexista y HORRENDA epístola de Melchor Ocampo, que decía cosas inauditas como “El hombre, cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección; tratándola siempre como la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando por la sociedad, se le ha confiado. La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y ternura, debe de dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe de dar a la persona que nos apoya y defiende y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo.”
El matrimonio es actualmente una celebración que se hace bajo la convicción del amor, la solidaridad, el respeto y la equidad, no bajo la idea de la sumisión y obediencia de la mujer, ni la edad máxima para casarse (con el riesgo de ser quedad@) y mucho menos bajo la obligación de procrear hij@s. Este compromiso es una de las señales más claras de la democratización de cada país, sobre todo de los que se rigen bajo los principios del Estado laico, en el cual se supone que nos encontramos nosotr@s l@s mexican@s. Sin embargo, me surgen muchas dudas al respecto recientemente.
Lo que sucede en el corazón y en la intimidad de las personas es un derecho que debemos salvaguardar: es nuestro derecho a la privacidad, a amar a quien nosotr@s elijamos y a poder construir una familia con esa persona amada. Así, si lo deseamos, podemos suscribir un contrato civil de matrimonio y en ningún caso el Estado puede o debe intervenir en esa elección.
El movimiento LGBTTTI ha dicho acertadamente que si en otros tiempos se prohibieron los matrimonios interreligiosos o interraciales—lo que representaba la intromisión injusta y arbitraria del Estado en las decisiones individuales—entonces debemos suponer que lo que es relevante para el derecho civil es la libre voluntad de los cónyuges. Bajo esa lógica, la diferencia de sexos debe ser irrelevante en el reconocimiento jurídico de los enlaces matrimoniales. Entendiendo que el matrimonio tiene como finalidad primordial la voluntad de los cónyuges de permanecer unidos, conviviendo, asistiéndose y apoyándose mutuamente, la potencial complementariedad biológica de los sexos no es determinante.
No puedo más que coincidir con ell@s y con el hecho de que restringir derechos a ciertas personas va en detrimento de la dignidad humana y la igualdad que la Constitución nos garantiza, pues tod@ somos iguales ante la ley. Sin embargo, en la realidad, hoy existen distinciones legales que nos colocan en desventaja.
La conformación de la familia en la historia tiene tantas variantes como maneras de convivencia social. Es por eso que es fundamental la promoción del respeto a la diversidad de familias, dado que en nuestro país convive un abanico muy amplio de configuraciones familiares que deben ser—todas y cada una—salvaguardadas por la ley. Entender a la familia como una unidad nuclear en donde existen exclusivamente mamá, papá e hijit@s, es no entender la realidad de nuestra sociedad. Estoy convencida que donde sea que haya amor hay una familia, ya sea entre familias nucleares, entre amig@s, entre abuel@s y nietos, ti@s y sobrin@s, padres y madres solter@s, padres y madres divorciados, hij@s adoptad@s y por supuesto parejas del mismo sexo y parejas trans. El movimiento tiene una bella manera de definirlo: la familia es un tiempo y un espacio dedicado a otros seres humanos que establecen con nosotros un vínculo afectivo, que comparten su experiencia y conocimientos; tiempo y espacio que son también el fundamento de nuestros sentimientos y pensamientos.
La comunidad LGBTTTI tiene derecho a formar una familia como tod@s las personas, y su capacidad como padres o madres no está determinada por su orientación sexual, sino, como cualquier padre, por el amor y dedicación que le den a sus hij@s.
Que exista el matrimonio y la adopción no implica que van a llegar filas de personas al registro civil a casarse, esa será una decisión personal e individual. Sin embargo, sí quiere decir que si lo desean, tienen garantizado el derecho, como cualquier otr@ ciudadan@. Es hacer que ese sueño sea posible, el sueño de ser en la ley y en los hechos tod@s iguales.
Saber reconocer nuestra pluralidad y nuestra maravillosa diversidad hará de nuestra sociedad un lugar más generoso, respetuoso y abierto. Darle a tod@s el mismo rostro ante la ley hará de nosotros un país de ciudadanos. Un país que pueda decir con orgullo que todos los derechos son para todas las personas.
"Mi cuerpo es mío" he gritado desde el fondo de mi corazón en muchas marchas, y fue lo primero que me cruzó por la mente anoche cuando Gustavo me informó, mientras miraba su celular, que el Congreso de Veracruz acababa de aprobar la famosa "ley antiaborto" promovida por su gobernador.
Así fue como el PRI logró, una vez más, consolidar el retroceso del país, refrendando exitosamente su consigna en contra de las mujeres. En alianza con el PAN y la iglesia católica, han logrado que en 17 entidades de la República—Veracruz, Guanajuato, Durango, Quintana Roo, Querétaro, Yucatán, Sonora, Chihuahua, San Luis Potosí, Puebla, Oaxaca, Nayarit, Morelos, Baja California, Colima, Campeche y Jalisco —no se reconozca a las mujeres su legítimo derecho a decidir.
Recuerdo como me estremecí cuando vi una nota en un periódico de Guanajuato sobre una niña de 11 años que fue violada y el Estado no le permitió interrumpir su embarazo. Aún se encoge mi corazón al pensar en ella y en tantas mujeres y niñas sometidas a estas violentas legislaciones y a los conservadores que las ejercen. Eso es lo que estos grupos buscan: la imposición total del Estado sobre la vida de las mujeres, sus decisiones y sus cuerpos.
Obligarnos a tener hijos producto de una violación es la más profunda invasión del Estado sobre nuestro derecho a la privacidad. Sinceramente, ¿no es esto un acto de violencia del Estado hacia sus ciudadanas? En Nicaragua se han impuesto políticas y legislaciones con el mismo espíritu y la Organización de las Naciones Unidas las ha calificado como actos de tortura.
Hay muchas razones para lamentarnos por lo ocurrido anoche en Veracruz—y el resto de las entidades donde se legisló esta “ley antiaborto”—, una de ellas siendo la cerrazón de la clase política de nuestro país: proponen estas iniciativas sin abrir foros informativos e incluyentes o siquiera debatir de cara a la ciudadanía. Si bien es una gran irresponsabilidad ignorar el alto número de mujeres que pierden la vida producto de un aborto clandestino, es trágico no ofrecer alternativas para que las mujeres no tengan que recurrir a la interrupción de un embarazo: métodos anticonceptivos gratuitos y al alcance de toda la población. Negarnos también eso es mirar a las mujeres como un objeto reproductivo y no como personas con derechos. Pareciera que los conservadores de este país sólo quieren a las mujeres en prisión o en el panteón, y no ofrecen más que eso.
Lo que las mujeres queremos es la capacidad de decidir libremente sobre nuestra reproducción, vivir una vida sexual responsable, satisfactoria y segura. Buscamos tener la libertad de elección y esta sólo se logra si existen alternativas verdaderas.
Porque es el espacio más intimo que nos queda, seguiremos gritando “mi cuerpo es mío”; es el lugar que por tantos años hemos tratado de conquistar para nosotras, para hacerle saber al mundo que es nuestro, que nos corresponde. Habemos muchas y muchos que seguiremos en la lucha por un derecho que debiera ser una obviedad: la reapropiación del cuerpo femenino para las mujeres.
A cada una su cuerpo, a cada una su vida.
A mi hermana, la que rompió el muro.
Tenía nueve años cuando mi hermana mayor hizo su primer viaje por Europa en el verano de 1990 y cuándo regresó trajo con ella pedazos del muro de Berlín. Y sí, también estuvo en el concierto “The Wall Live in Berlin”.
Dos años atrás había visto con mi madre una película que me lleno de dudas y furia llamada “El niño y el muro”. No podía entender por qué la nena—Marta—no tenía su propia pelota, sería posible un lugar sin pelotas, por qué tenían que hablarse por un hoyo, cómo es que su dinero no valía del otro lado de la pared, por qué era prohibido que esa chica se enamorara de aquél soldado y, peor aún, por qué la película se llamaba “El niño y el muro” y no “La niña, el niño y el muro”, si claramente ¡la que estaba presa era ella! Al terminar los 85 minutos de agonía, le dije a mi mamá, ‘oye má, ¿qué no hay puertas para cruzar ese muro?’ y mi mamá solo abonó a mi desconcierto diciéndome la verdad, ‘es imposible cruzar, si lo intentas te matan’.
Podrán comprender que cuando mi hermana volvió del viaje con aquello, yo no podía dejar de hacerle preguntas que ella no comprendía, como, `¿te diste cuenta que no había pelotas? ¿estaba lleno de soldados? ¿tenías miedo? ¿intentaron matarte? ¡¿cómo lograste romper el muro?!’.
Yo estaba fascinada con ese tesoro, así que un día que ella no estaba en su recamara fui a robarme uno de esos pedazos de concreto grafiteado y lo escondí bajo mi almohada por meses. Me encantaba acariciarlo mientras me imaginaba rompiendo esa horrenda pared.
Mi hermana no resolvió ninguna de mis dudas, pero para mi ella era la mujer más valiente que yo conocía, pues se había atrevido—en un país que se miraba en blanco y negro—a tomar un martillo y romper aquel muro para que las niñas pudiéramos tener pelotas.